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Rutas Salvajes

APRIL 8, 2018

Rutas Salvajes

El primer bocado a uno de los orejones que compré en Market Basket fue como tele transportarme a los viajes en bici que hacíamos mis primos y yo con mi padre temprano los domingos por la mañana.

Ito, Nacho y yo, recorríamos –liderados por mi padre– diferentes rutas en Torre de Benagalbón, normalmente, utilizando como punto de entrada el Arroyo de Santillán. El inicio siempre era familiar: salíamos de nuestra casa y en pocos minutos estaríamos a la entrada del arroyo, para luego atravesar "El Chalet" (antigua casa de veraneo de los padres de mi tío Sergio), pasar por debajo de un pequeño puente de la N-340 y, pronto, dejar de lado el colegio de las monjas.

En nuestra infancia y adolescencia, el paisaje no tardaba en convertirse en una ruta salvaje, dejando atrás la civilización nada más pasar el colegio, y únicamente identificando pequeños asentamientos de granjeros y otras construcciones informales a lo largo del camino.

Hoy en día, gran parte de la zona ha sido urbanizada. La ruta se ha convertido en un pequeño arroyo a la vera de nuevas urbanizaciones –cuya construcción ha sido constante durante los últimos veinte años.

Continuando nuestra ruta, llegaríamos a pasar cerca del campo de golf Añoreta (donde mi padre aun sigue jugando religiosamente cada semana). Al adentrarnos en esta zona, íbamos pendientes de encontrar pelotas de golf, pero sabíamos que los que frecuentan la zona ya habrían hecho su ronda en búsqueda de pelotas más temprano. Aun así, la afluencia de pelotas perdidas era constante, y conseguíamos recuperar algunas en cada uno de nuestros viajes.

También recuerdo nuestras paradas para comer bocadillos, todavía tengo carpetas de fotos de aquellos días y, probablemente, sea por eso por lo que recuerdo mejor estos momentos.

Nuestro destino variaba de fin de semana en fin de semana, y terminaríamos en distintos sitios. Era mi padre el que llevaba las riendas de decidir qué caminos seguir, y nunca he sabido realmente cómo conseguía orientarse para llegar a cada uno de los sitios.

Fuésemos dónde fuéramos, los orejones de albaricoque –a los que llaman dried apricots aquí en Estados Unidos– son un elemento constante en mi memoria de estos viajes en bicicleta por los arroyos de Torre de Benagalbón. A mi padre le encantan.

 

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